domingo, 3 de abril de 2011

HUGO MIDÓN (1944- 2011). LOS CHICOS PERDIERON A UN MAESTRO

No hay flores para chicos y flores para adultos; las flores son flores para todos”: esa frase, escuchada de boca de su maestro Ariel Bufano, marcó el rumbo de su carrera, la del autor, actor y director que a fuerza de tomarse en serio el teatro para chicos, hoy merece ser despedido como un grande. Muerto ayer, a los 67 años, en su departamento del barrio porteño de Palermo, donde está siendo velado hasta hoy, cuando a las 14, sea enterrado en el cementerio de la Chacarita, Hugo Midón revolucionó los espectáculos para niños en la Argentina. Fue maestro de varias generaciones de actores. Tanto, que el año pasado se crearon los premio Hugo a la comedia musical, bautizados así en su honor. Egresado del Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, en 1967 debutó como actor en Los caprichos del invierno , una obra para chicos de Ariel Bufano, y desde entonces no dejó de respetar a pie juntillas las enseñanzas de su referente. Cuando se le pedía que sintetizara ese aprendizaje, Midón hablaba de la necesidad de que el artista respetara al público infantil: “Vestuario, escenografía y trabajo actoral deben estar cuidados”, advertía. Y agregaba que el teatro para niños “es un género en sí mismo, y no un escalón hacia el teatro para adultos; hay que hacerlo seriamente”. Con esa idea como brújula, en 1970 puso en escena su primera obra, La vuelta manzana . El resultado fue óptimo: la pieza permaneció en cartel durante diez temporadas consecutivas. Y desde aquel promisorio debut, Midón no paró. Sus obras se convirtieron en verdaderos clásicos. Entre otras, cabe mencionar El imaginario , Vivitos y coleando (I, II yIII), La trup sin fin , Derechos torcidos , LocosRecuerdos , Stan y Oliver , El salpicón , Popeye , Objetos maravillosos , Narices , El gato con botas y Huesito Caracú . Hugo Midón tenía tal respeto por sus pequeños espectadores que después de él ya no hay espacio para los improvisados convencidos de que una historia más o menos edulcoradas, un par de trapos de colores y unas cuantas melodías pegadizas alcanzan para conformar una obra de teatro para chicos. En la línea de María Elena Walsh, fallecida en enero último, Midón apostó a los espectáculos aptos para “público heterogéneo”. Creía que de una misma propuesta pueden disfrutar niños de distintas edades y también sus familiares adultos, cada uno según su propia lectura de lo que ocurre en escena. A la hora realizar sus obras, echaba mano de una serie de convicciones: que hay cosas que permanecen (los chicos junto al mar, decía, con los mismos baldecitos y las mismas palitas, haciendo los mismos castillos) y que, en consecuencia, los niños siempre seguirán disfrutando de los espectáculos bien hechos, de esos que logran atraerlos al punto de hacerles olvidar el paquete de caramelos que compraron al entrar a la sala. Apasionado por el trabajo actoral, en 1982 creó el centro de formación teatral Río Plateado, y allí trabajó como director y docente hasta el momento en que la enfermedad se lo permitió. En 2009, un tumor comenzó a complicarle la salud, pero él le hizo frente con el arma que mejor manejaba, la que había utilizado siempre: la prepotencia de trabajo. A fines de ese año, cuando su obra Playa Bonita obtuvo el premio Clarín Espectáculos en la categoría Mejor Obra Infantil, Midón ya no pudo ir a recibirlo. Su hijo Julián, lo hizo en su lugar, y destacó que la distinción “ es una alegría enorme para él, sobre todo con este espectáculo que hizo con un elenco tan joven. Al proyecto se integró gente que viene formándose con él desde muy chiquitos, en su escuela Río Plateado. Por eso, estoy seguro, este premio tiene para él una carga emocional muy grande”. Playa Bonita fue la última obra de Midón. Se diría que el destino le había preparado una despedida placentera de la escena teatral, ya que, según había contado en su momento, la obra “surgió de mis últimas idas a Brasil, de un enamoramiento de la playa como lugar de observación de situaciones; allí, te cruzás con gente y escuchás un pedacito de una conversación y seguís, entonces empezás a imaginar cómo terminaría esa conversación”. Midón percibía a la playa como un sitio de libertad, y se lamentaba por los miedos urbanos: “Veo a los chicos y a los padres llenos de miedo de andar por la calle, ya no miedo de que los chicos jueguen en la calle, sino de transitarla”, se lamentaba. Justo él que había sido dotado con el sentido de lo lúdico a tal punto que atrevió a proponer lo que todavía suena como un proyecto revolucionario: “Para mí, una idea fantástica sería que una vez por semana los chicos pudieran ir disfrazados a la escuela. ¿Por qué no, si eso dejaría instalada la creatividad y el juego?”, sostuvo. Y agregó que “ un docente que pierde la capacidad lúdica es como un papá que pierde su interés por sus hijos”. Con la muerte de Hugo Midón, los chicos se han quedado sin el gran maestro. Pero sus obras siguen vivas. Y con ellas, los valores que siempre defendió: la solidaridad, el compromiso con el prójimo, la alegría, la decisión de vivir la vida como una fiesta, plena de asombro, y siempre, compartida, porque no admitía el goce egoísta. Su mamá solía explicarle que en este mundo, siempre habrá ricos y pobres. No logró convencerlo. “Algo de cierto hay en lo que decía mi mamá -admitía ya adulto, y abuelo-, pero igual sigo apostando a un mundo con igualdad de oportunidades para todos. ¿Que eso es más un deseo que una realidad? Puede ser, pero estoy convencido de que el deseo es lo que mueve a las personas”. En ese punto, solía citar al escritor italiano Gianni Rodari, quien afirmaba que “si no tuviéramos esperanza, no iríamos al dentista”. “Ese pensamiento es genial -se entusiasmaba Midón-, porque lo que te mueve es la esperanza de que efectivamente habrán de mejorar si cada uno aporta un granito de arena”.




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